28 Jun 2017

Pentecostés

Queridas familias:

No obstante hemos celebrado ya la fiesta de Pentecostés, el Espíritu Santo siempre es novedad. Recordando previamente el himno más antiguo que se ha dedicado al Paráclito, compartimos la homilía del Papa Francisco en la misa de Pentecostés.

Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

El Domingo de Pentecostés, el Santo Padre puntualizó en la homilía sobre dos novedades: en la primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo; en el Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo.

El día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo en forma de lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. De este modo, “la Palabra de Dios describe la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad”. En otras palabras, explicó el Pontífice, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal.

Es la misma acción del Paráclito, el que en primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; Y al mismo tiempo, agregó el Pontífice, es el mismo Espíritu quien realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía. De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.

Para que esto se realice es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes: la primera es buscar la diversidad sin unidad y la segunda es la de buscar la unidad sin diversidad. Por ello, nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, y también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra.

Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, les da el Espíritu de perdón. El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, precisó el Pontífice, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que nos mantiene unidos a pesar de todo, es el perdón el que libera el corazón y le permite recomenzar.

El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías, el Espíritu nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están. Por ello, pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad.

 

Comisión de Espiritualidad y Cultura