Himno de batalla para la Cuaresma
Queridas familias:
Empezando el año escolar y frente a la Semana Mayor de la Iglesia ya casi sobre la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, invitamos a descubrir un antiguo Himno de batalla para la Cuaresma. O SOL SALUTIS, INTIMIS.
Este himno tiene la friolera de mil quinientos años de antigüedad (siglo VI), y fue renovado por Urbano VIII hace sólo cuatro siglos. Empieza con una estrofa que se asemeja a un canto de batalla:
Jesús, sol de salvación,
Brilla en nuestro interior
Cuando, vencida la noche,
Nace un nuevo día para el mundo.
El sol no sucede a la noche simplemente porque la tierra ha dado una vuelta más. El sol vence a la noche como un signo para nosotros de la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado. Como un toque de trompeta que anuncia que, si bien aún hay escaramuzas, la guerra ya está ganada. Mis pecados, contra los que tanto he luchado y que tantas veces me han vencido, han sido derrotados por Jesucristo. La Cuaresma es un combate, el buen combate de la fe, y hay que elegir bando. ¿Con Jesucristo o contra él? ¿Con la noche o con el día? La noche está avanzada, el día se echa encima. Dejemos pues las actividades de las tinieblas y pertrechémonos de las armas de la luz.
Ya que nos das un tiempo de gracia,
Danos también ríos de lágrimas,
Para lavar la ofrenda del corazón
Que presenta con gozo la caridad.
El demonio nos tienta siempre para que miremos la Cuaresma con el mismo cansancio y la misma pereza con que miramos todo. La pone ante nuestros ojos como un horrible desierto, en el que nada crece y en el que vamos a morir. Pero es mentira: La cuaresma es, ante todo, un tiempo de gracia, un tiempo favorable, de salvación. Algo estupendo.
Me encanta la frase de los ríos de lágrimas. No se trata de hacer un par de propósitos para esta Cuaresma, como hacen los paganos en año nuevo. No basta aplicar un poco de pinturita a la pared para tapar el moho y las grietas. La Cuaresma pide ríos de lágrimas, un arrepentimiento sincero, no de boquilla. El dolor auténtico de los pecados. Un cambio total de vida, un giro completo, para dejar de andar tras el pecado, caminando hacia la muerte.
Hoy brotarán lágrimas sin fin
De la fuente de nuestros pecados,
Pues la vara de la penitencia,
Quiebra el corazón endurecido.
La gracia de Dios puede hacer lo imposible. Si Dios sacó agua de la roca en el desierto, puede hacer que, de mi corazón endurecido, del que parecía que sólo podían salir los mismos pecados de siempre, broten lágrimas de arrepentimiento y también de gozo.
Es estupenda la expresión “la vara de la penitencia”. La penitencia cuaresmal, como la vara de Moisés, hecha milagrosa con la gracia de Dios, romperá lo irrompible y, de un corazón seco e incapaz de amar, brotará el amor al enemigo.
Llega el día, llega tu día,
Y todas las cosas se renuevan:
Alegrémonos también nosotros,
Vueltos al buen camino por tu diestra.
Es magnífico el paralelismo: Llega el día, llega tu día. Hoy no es, simplemente un día más. Es un día hecho y preparado amorosamente por Dios para que, por fin, nos convirtamos a él. Es un día planeado desde antiguo en nuestro favor. Dios lo tiene marcado en su agenda para nosotros. Nos da el mundo nuevo, iluminado por la luz de la mañana, como un signo de alegría y esperanza: Volvamos al buen camino, y no habrá pecado que no podamos vencer, con la fuerza de su diestra. Si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros.
El universo mismo, de rodillas,
Te adora, Trinidad clemente,
Y nosotros, renovados por la gracia,
Cantaremos un cántico nuevo.
Si alguien no se queda sin palabras al leer esto, es que no tiene capacidad de asombro. El universo mismo, las galaxias, los agujeros negros, las supernovas, planetas y cometas… todo postrado humildemente de rodillas ante la Trinidad. Y no es una imagen bonita, es la pura realidad. El cielo es su trono y la tierra el estrado de sus pies.
Increíblemente, el Señor de todo lo que existe se ha preocupado por mí, mota insignificante del guijarro minúsculo que es la Tierra, dentro del efímero charquito de lluvia que es la galaxia ante Dios. Se ha preocupado por mí y ha querido renovarme por su gracia. ¿Cómo no empezar el día cantándole un cántico nuevo? Como dice San Agustín, el canto nuevo es el que es cantado por el hombre nuevo. Dios me da la gracia para que pueda bendecirle y alabarle en esta mañana. El Señor del universo se complace en esta mota insignificante que le canta. Bendito sea por siempre.
De Bruno M. en Infocatólica
Comisión de Espiritualidad y Cultura