01 Jul 2021

“Adoremos los inescrutables caminos del Señor”

“Adoremos los inescrutables caminos del Señor; humillémonos bajo su mano y soportemos pacientemente cada cruz que nos ponga sobre los hombros” (Madre Paulina von Mallinckrodt).

Queridas Familias:

El mes de junio recordamos el nacimiento de la Madre Paulina el 3 de Junio de 1817 en Minden, Alemania, fecha muy importante para toda la comunidad de las Hermanas de la Caridad Cristiana en el mundo.

Asimismo, varios Santos de la Iglesia, vidas de excepción consagradas a Dios, se incluyen en el Santoral este mes. Vale destacar dos fechas que hacen al centro mismo de la Fe y al corazón de la Iglesia.

La primera, el 24 de junio, día de la fiesta de San Juan Bautista, que bautizó a Jesús en el Jordán. Esperaba ese momento bautizando a la gente y viviendo una vida imponente en la Fe y en la Misión de su vida, retirado en el desierto, alejado de la vida mundana, como diría la Madre Paulina: “adorando su inescrutable camino del Señor y humillándose bajo su mano, para soportar pacientemente su cruz”.

Con una convicción pétrea y mesiánica, irrenunciable, esperó la llegada de Cristo, en su apostolado en el desierto. Y terminó dando su vida para el cumplimiento de la Palabra y el nacimiento de la Iglesia. Tan precisas para el recuerdo vivo y actual de San Juan Bautista en nuestras vidas, son las palabras de la Madre Paulina al decirnos:”¡Cada uno tiene su cruz! La vida eterna merece esto y otras luchas mayores. El camino de la cruz es el único camino real al cielo.”

A su vez, el 29 de junio recordamos a San Pedro y a San Pablo, los grandes Apóstoles. En la humildad y sencillez de un día en la vida de un grupo de pescadores de Galilea, Jesús eligió a Pedro y a sus primeros Apóstoles. Escogió a Pedro en los confines remotos del Imperio Romano, e hizo brotar en él, ese inconmensurable poder interior que una persona posee en la proyección de su fe, en una vida que busca la eternidad. Pedro fue la piedra en la que se edificó la Iglesia, y asumió ese rol, sin negarse a su destino, aun mostrándole Jesús sus propias debilidades humanas.

Así, asumiendo su humanidad y sus limitaciones, que el mismo Jesús le mostró (como lo experimentamos nosotros todos los días con nuestras propias debilidades), Pedro siguió su camino hacia Roma para llevar el mensaje de Jesús al centro mismo del poder mundial de entonces, para morir allí crucificado en la colina del Vaticano.

Por su parte, San Pablo, aunque no conoció a Jesús en vida, recibió el milagro de la sabiduría de Dios camino a Damasco, luego de que un resplandor del Cielo lo rodeó y lo hizo caer de su caballo. En Damasco, Ananías lo curó de la ceguera que le produjo la caída, le impuso las manos y su misión diciéndole: “El Dios de nuestros padres te designó de antemano para que conozcas su voluntad y veas al Justo y oigas su voz de su boca, pues le serás testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.” (Hch 22 :14-15).

San Juan Bautista, San Pedro y San Pablo, son tres santos ejemplares, tan vigentes que pueden ayudarnos para superar la tristeza y el dolor de la Pandemia, a encontrar un sentido trascendente a nuestros problemas inmediatos y cotidianos, que nos aquejan en este momento excepcional que vivimos como personas, familias y sociedad.

Sabiamente la Madre Paulina nos decía: “Ahora es el tiempo de la prueba y del dolor, pero serán preciosos cuando la tarea de esta vida termine y el Señor diga: “Daré su paga a los obreros.”

Comisión de Espiritualidad y Cultura